Azmi Bishara. El desafío del mundo árabe a la hegemonía israelí

Sarra Grira mantuvo en Doha una conversación imprevista con Azmi Bishara, un intelectual palestino nacido en Nazaret y director del Arab Center for Research & Policy Studies, quien aceptó responder algunas preguntas sobre la guerra contra Gaza, el futuro del movimiento palestino y la situación en Siria, así como sobre el rol de los judíos en el movimiento de oposición a la guerra.

Hombre de mediana edad con barba, vestido formalmente, está pensando y mirando hacia un lado. Fondo desenfocado.
8 de abril de 2025. Azmi Bishara en el estudio de televisión de Al Araby (captura de pantalla)

Sarra Grira.— Después de Pekín, en julio de 2024, las diferentes facciones y representaciones del pueblo palestino en el interior y en la diáspora se reunieron aquí, en Doha, en febrero de 2025. Hubo un llamamiento a refundar y a ampliar la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), una iniciativa que la Autoridad Palestina (AP) recibió con un disgusto patente. Pero más allá de esos llamamientos a la unión, ¿cuál es el margen de maniobra de la resistencia palestina, ya sea en el ámbito político o en el plano de la resistencia armada?

Azmi Bishara.— Es una pregunta difícil de responder, porque en este momento hay demasiada incertidumbre para prever estrategias a largo plazo. Estamos acaparados emocional e intelectualmente por la necesidad de poner fin al genocidio. Los cambios que están en curso requieren considerar nuevas estrategias, pero esa reflexión no puede realizarse en un centro de investigación como el que yo dirijo. Debe realizarse en primer lugar dentro de los movimientos políticos.

Pero esos movimientos tienen dificultades para coordinar una estrategia unificada, porque eso requeriría una dirección nacional, pero los dirigentes mismos están profundamente divididos. El desacuerdo no se limita a simples detalles, sino que engloba cuestiones fundamentales. Mientras dure la guerra en Gaza y no se aclare el paisaje político palestino, será difícil discutir la naturaleza del liderazgo palestino, del cual dependerán esas estrategias.

Un doble fracaso estratégico

Los dirigentes de la Autoridad Palestina se niegan a reconocer el fracaso de su estrategia, que, dada la relación de fuerzas, no permite obligar a Israel a adherir a los principios fundamentales necesarios para las negociaciones. El resultado ha sido la expansión de las colonias en Cisjordania, e incluso la voluntad de Israel de anexar zonas enteras. La estrategia de la AP se resume a sobrevivir como autoridad bajo la ocupación israelí y está dispuesta a todo por mantenerla. Pero eso no corresponde a la estrategia de un movimiento nacional.

Con respecto a Hamás, la operación del 7 de octubre de 2023, que efectivamente era una operación de resistencia –con todas las reservas que se puedan tener respecto de ciertas acciones cometidas– no estuvo regida por ninguna estrategia realista. El ataque es el resultado del estado de asedio impuesto sobre Gaza –cabe recordar que el derecho a la resistencia está reconocido internacionalmente–. Respecto de las acciones de Israel, no representan una simple respuesta, sino que se inscriben en una estrategia que apunta a deshacerse de los palestinos –físicamente en Gaza y como pueblo en Cisjordania–, es decir, a terminar con la idea de un Estado palestino.

El pueblo palestino de la Franja de Gaza, así como Hamás, afronta un genocidio. La principal preocupación de Hamás no es la liberación o la creación de un Estado, sino el fin de la guerra y su propia supervivencia. El propio Hamás se sorprendió de la magnitud de la complicidad de los regímenes árabes. Eso merece una reflexión.

Una parte del mundo árabe esperaba que Israel eliminara a Hamás y se deshiciera de la resistencia palestina. Si hubiera habido una posición oficial árabe unida, aunque fuera mínima, habría sido posible utilizar la situación en Gaza para volver a plantear la cuestión palestina en la mesa de negociación. A Israel se le podría haber dicho que utilizó toda la fuerza militar posible y que había llegado el momento de buscar una solución.

La mayoría de los movimientos de liberación nacional de todo el mundo han sido vencidos militarmente. Pero, en algún momento, el colonizador llega a la conclusión de que utilizó toda la fuerza que tiene a disposición –como Francia en Argelia– y que debe terminar con esa situación. Si la posición árabe hubiera puesto a Israel ante esa situación, la derrota militar de Hamás no habría significado necesariamente el fin. Pero mientras exista una posición árabe cómplice de Israel, ese país colonizador no estará convencido de buscar una solución. La escalada de la fuerza, de la brutalidad y de la ferocidad de Israel responde al retroceso árabe. Eso fomenta la ilusión de que la lógica de la fuerza funciona.

La inercia de los regímenes árabes

S.G.— Usted declaró que si algunos Estados árabes hubieran querido, habrían podido detener el baño de sangre y el genocidio en curso en Gaza…

A.B.— Sí, es lo que pienso. Por lo menos los países que firmaron un tratado de paz con Israel. Amenazar simplemente con romper esos tratados y acuerdos podría haber terminado con la guerra. Me refiero en particular a Egipto.

S.G.— ¿Podía hacerlo realmente, en vista de su dependencia económica y militar respecto de Estados Unidos?

A.B.— ¿Esa posición habría llevado a Estados Unidos a abandonar a Egipto? ¿Y El Cairo habría sido abandonado por el resto del mundo árabe? Si hubiera existido un apoyo árabe a un rechazo de Egipto, Occidente no habría abandonado a Egipto ante el riesgo de la llegada al poder de los Hermanos Musulmanes. El régimen egipcio persiste en querer jugar según las reglas establecidas en Camp David, y no comprende que lo que ocurrió en Gaza es un cambio fundamental.

Cuando Israel ingresó en Gaza tras el 7 de octubre de 2023, la histeria de la sociedad israelí exigía la destrucción de Gaza, pero la ofensiva podría haberse limitado a uno, dos o incluso tres meses. Cuando Israel tomó conciencia de la ausencia de respuesta árabe y de la importante complicidad norteamericana, incluso occidental, se sintió respaldado para perseverar. Más aún: comprendió que los escenarios con los que siempre había soñado podían llegar a concretarse, como el desplazamiento forzado de la población. Durante la guerra se desarrolló una dinámica, pero en ningún lado estaba escrito que las cosas ocurrirían así. Esa dinámica está relacionada con el comportamiento de los dirigentes o con nuestra forma de actuar frente a esta guerra.

S.G.— ¿Cree que la amenaza de un desplazamiento de la mayor parte de la población palestina de Gaza es real, a pesar de la negativa de Egipto, una negativa que no se explica por una solidaridad hacia los palestinos, sino por motivos propios del régimen?

A.B.— Hay varios escenarios que dependen de la respuesta egipcia y árabe. Por ejemplo, Israel podría hacer que la cuestión de los desplazamientos se vuelva tan real de modo que cualquier otra propuesta suya podría ser percibida como una concesión. Dicho de otra manera, si Israel abandona el objetivo de la limpieza étnica y afirma que la mitad de la población de la Franja de Gaza debería estar concentrada en un tercio del territorio, ese gesto podría ser visto como una prueba de “moderación”.

Existen otros escenarios. Por ejemplo, las condiciones de vida son tan difíciles en Gaza que, una vez que termine la guerra y comience la reconstrucción –si ocurre–, se iniciará un enorme proceso migratorio, aunque “solamente” afecte a un millón de personas. Gracias a allegados que viven en el exterior, esas personas podrán irse, ayudadas por el hecho de que algunos países les abrirán las puertas, sin que haya, sin embargo, una política migratoria organizada. El hecho de que la vida se haya vuelto casi imposible en Gaza alentará sin duda esas partidas. Al comienzo de la guerra vimos cómo las autoridades egipcias –o sus representantes en los puestos fronterizos de Rafah– les cobraban dinero a los palestinos. Cualquier persona que disponía de cinco o diez mil dólares se iba. Israel espera eso, y por lo tanto tiene todo para ganar si vuelve imposible la vida en Gaza. Pero el desplazamiento masivo es imposible, desde luego, sin la complicidad de los árabes o de Egipto. Por cierto, Israel empezó a emplear la misma política en Cisjordania, con métodos que apuntan a empujar a los palestinos a partir.

Una realidad binacional inevitable

S.G.— Usted defiende desde hace mucho tiempo la idea de un Estado democrático para todos, que no es ajena al propio Fatah. Otros líderes políticos palestinos, como Mustafa Barghouti, hoy también defienden esa visión. Si bien es evidente que ha caducado la solución de dos Estados a la que sigue aferrada oficialmente la AP, la solución de un solo Estado también es utópica en vista de la fascización de una parte muy amplia de la sociedad israelí, y del hecho de que la mayor parte de los países del mundo siguen hablando de la solución de dos Estados. En este contexto, ¿considera que existe un objetivo “intermedio” a alcanzar hoy en día?

A.B.— Ese objetivo no existe. El verdadero objetivo es el fin de la ocupación, ya sea con la solución de uno o de dos Estados. Los israelíes no renunciarán a la naturaleza sionista de su Estado. No aceptarán el retorno de los refugiados ni vivir con los palestinos como ciudadanos con igualdad de derechos en un Estado sin carácter nacional. Para ellos, eso significaría la desaparición de Israel, lo cual no es el caso del Estado palestino en el marco de la solución de dos Estados.

Como usted dijo, movimientos como Fatah han mencionado ese objetivo, pero de manera retórica: liberaremos Palestina por la fuerza de las armas y los judíos y los otros podrán vivir allí como ciudadanos iguales, y a ese Estado lo calificaron de democrático. Pero eso se inscribía en el marco de una estrategia de lucha armada que fracasó. De hecho, nunca fue una estrategia verdadera, sino que permitió sobre todo la restauración de la identidad palestina por medio de la resistencia a Israel.

A lo largo del tiempo, en Palestina se formaron dos “naciones” o dos pueblos, y eso no puede ser ignorado, aun cuando se hable de un Estado único o de coexistencia, con un reconocimiento de los derechos individuales, etc. Existe una lengua hebrea, una cultura hebrea y un pueblo israelí, que, por otra parte, es distinto al resto de los judíos del mundo. Del mismo modo, los palestinos no renunciarán a su identidad árabe y palestina. Hablar de un estado democrático laico sin identidad nacional también es inaceptable para los palestinos. Cualquier discusión sobre un Estado único debe reconocer la existencia de dos “naciones” y de dos lenguas, y si así no fuera, ¿cuál sería la lengua oficial? ¿El inglés? Así como los israelíes no aceptarán el árabe como lengua oficial única, los palestinos no aceptarán únicamente el hebreo.

Tanto la solución de un solo Estado como la solución de dos Estados integran la idea del binacionalismo. Son ideas a partir de las cuales las fuerzas políticas deben elaborar estrategias. ¿Qué hará Israel después de Gaza? Podría lanzar una bomba nuclear sobre el pueblo palestino. Si toda esta crueldad y esta destrucción continúan sin que demos un paso atrás, y si Israel no encuentra a nadie para normalizar sus relaciones, el problema palestino no estará resuelto, e Israel se verá obligado a enfrentarlo. Entonces podremos discutir soluciones.

Pero por el momento, no estamos ante una situación en la que la otra parte se vea obligada a resolver el problema palestino. ¿Por qué? Porque hay países árabes dispuestos a olvidar a Palestina y a normalizar sus relaciones con Israel. Y porque existe una Autoridad Palestina dispuesta a servir a Israel en materia de seguridad. ¿Entonces por qué buscaría Israel resolver el problema? No es el momento de proponer soluciones, sino de que logremos suficientes aliados árabes, europeos y otros para forzar a Israel a negociar.

¿Una esfera de influencia israelí?

S.G.— En las proximidades inmediatas de Israel no queda ninguna fuerza de resistencia. ¿Qué puede detener el avance geográfico y militar de Israel, que ya es una realidad en Líbano y en Siria?

A.B.— Desde mi punto de vista, nada, salvo la ira de los pueblos árabes que no acepten esa situación. El resentimiento respecto del comportamiento de Israel y de la reacción oficial árabe terminará por traducirse en hechos concretos. ¿Cuándo? Lo ignoro, pero no me cabe ninguna duda. Estamos asistiendo a la transformación del Máshrek en una esfera de influencia israelí. Es un cambio significativo inédito. Hasta los países aliados de Estados Unidos –y son muchos– o aquellos otrora aliados del Reino Unido durante el período colonial no aceptaron en el pasado que la región se convirtiera en una esfera de influencia israelí. Sí aceptaron una zona estadounidense, francesa o británica, pero no una entidad colonial creada recientemente en la región y que quiere asegurarse la gestión de Siria y de Líbano, decidir cómo deberían comportarse las poblaciones del Golfo o lo que debería figurar en la organización de los programas escolares en Marruecos, etc.

Ni siquiera pudieron aceptar esa situación los dirigentes árabes tradicionales, leales –o, al menos, aliados– a Occidente contra los comunistas durante la Guerra Fría o, más tarde, contra el islam político. La novedad reside en la existencia de una administración norteamericana que permite todo esto. Su visión internacional consiste en tratar con los más fuertes y reconocer las esferas de influencia de todos los países de la región. Ucrania es considerada parte de la esfera de influencia rusa; en cuanto a China, a pesar de las disputas comerciales y económicas que la oponen a Estados Unidos, Washington no cuestiona que sea una superpotencia regional capaz de ejercer influencia regional, tal vez incluso sobre Taiwán. Respecto de Japón y Corea del Sur, o acuerdan con China, o adoptan su propia estrategia de defensa. Lo mismo le ocurre a Europa con Rusia. Recuerde que Trump afirmó que Siria formaba parte de la esfera de influencia turca. Respecto de Siria, Trump considera que Israel es un país pequeño y piensa que puede extenderse en Siria, porque los Altos del Golán no le alcanzan. ¿Entonces por qué Israel debería privarse de hacerlo? Israel probó la eficacia de la lógica de la fuerza y por lo tanto tiene derecho a hacer todo esto. Es la lógica estadounidense, y es aterradora y peligrosa. Si no hay una respuesta oficial árabe, estoy convencido de que habrá una respuesta popular.

Es verdad que actualmente no hay ninguna fuerza armada para enfrentar a Israel, lo cual probablemente complace a algunos regímenes árabes. Pero pienso que, a nivel popular, la lógica de extensión de la influencia israelí no será aceptada. Empezó a fortalecerse con el regreso de lo que en otra época era la lógica colonial en la región, es decir, la instrumentalización del confesionalismo y de las minorías, en particular en el Máshrek. Eso demuestra claramente que, después de haber destruido lo que se llamaba “el eje de la resistencia”, Israel estima que ningún otro país está calificado para ejercer tal influencia. En principio, Egipto debería rechazarla, y no me refiero a sus dirigentes políticos, sino al Estado. Lo mismo debería ocurrir con otros países de la región, pero me parece que no se atreverán a cuestionarla. El Máshrek está quebrado y absorbido por conflictos confesionales. Piensa, por equivocación, que el enemigo es Irán. Los conflictos entre suníes y chiíes nos quebrantaron, desde Irak hasta Siria, pasando por Líbano, y toda la región ahora está corroída por el confesionalismo. Si las poblaciones árabes no caen en esa trampa, el resentimiento estará dirigido contra el expansionismo israelí. Por eso intentan ocuparlas con estos conflictos confesionales.

Siria, distinguir entre el régimen y el Estado

S.G.— ¿Qué papel puede desempeñar en este panorama el poder actual en Damasco? Por otra parte, la sociedad siria está exangüe tras años de guerra, en un país fragmentado, con una economía destruida, presa de los grupos armados y de la codicia de los vecinos. ¿Le parece imaginable una salida de la crisis sin pasar por más años de violencia armada y de fragmentación del país?

A.B.— Nada es inevitable y todo depende del comportamiento de los dirigentes sirios, de los mensajes que les transmiten a la sociedad, de su plan y de su orientación. Para mí es natural tener esperanza en que, luego de la caída del régimen de Bashar al Assad, la experiencia siria sea exitosa, porque si no, reinaría el caos. Pero no soy demasiado optimista ante el comportamiento de los dirigentes actuales. Empecemos por el primer punto: su incapacidad para distinguir entre el régimen y el Estado. Sin esa distinción, será difícil cualquier transición –ni siquiera estoy hablando de democracia– hacia un Estado de Derecho, una sociedad civil y un mínimo de pluralismo. Eso implica dos dimensiones: con respecto al pasado, los dirigentes actuales se comportan como si en Siria no hubiera habido Estado, cuando en realidad habría que tener en consideración las instituciones, los empleados públicos, los tecnócratas, etc. No todos eran baasistas, e incluso no todos los baasistas cometieron crímenes. Respecto al futuro, significa que actúan como si ellos mismos fueran el Estado. El régimen debe comprender la diferencia entre la autoridad política y la lógica del Estado y de los ciudadanos.

En segundo lugar, la creencia de que los alauitas dirigían Siria es errónea. El régimen era dictatorial, pero los alauitas, así como los suníes y otras confesiones, eran gobernados, no gobernantes. El aparato de seguridad era controlado utilizando un fanatismo presente en región que más tarde se transformó en confesionalismo, pero el régimen nunca se definió como confesional. Era apoyado, por ejemplo, por grandes partes de la población suní. Esa creencia –como en Irak, donde se cree que los chiíes estaban gobernados en la época de Sadam Huseín y que esa mayoría chií ahora dirigirá el país– es muy peligrosa. En primer lugar, transforma a la mayoría de la población en una confesión homogénea y elimina el pluralismo que engloba. En segundo lugar, trata a los otros como minorías toleradas por la mayoría, y no como ciudadanos de pleno derecho. Es una tolerancia condicionada. En tercer lugar, cuando esos dirigentes dicen “nosotros”, no se refieren a los sirios, sino a los suníes, y es un desastre. Además de impedir el surgimiento de una ciudadanía igualitaria, permite la injerencia de países extranjeros en nombre de la protección de las minorías. Mantener una lógica de “nosotros” contra “ellos” es muy peligroso. Desde luego, existen muchos otros problemas, como la imposibilidad de dirigir el país sin apoyarse en los aparatos del Estado y sospechando de todo el mundo, etc.

Pero creo que las dos cuestiones fundamentales son la distinción entre el Estado y el régimen, y no actuar como si el Estado ahora representara a la mayoría suní y las minorías estuvieran toleradas al darles una representación simbólica a los alauitas y a los drusos, o tratando a las mujeres como una minoría entre otras, con una sola representante en el gobierno, cuando en realidad representan la mitad de la sociedad. Su “nosotros” designa al hombre árabe musulmán suní, y “ellos” refiere a todos los otros. Es inaceptable.

Claro que existen problemas importantes que seguramente serán resueltos durante los próximos dos años, como las sanciones económicas. Pero las condiciones norteamericanas para el levantamiento de las sanciones no están relacionadas ni con la democracia, ni con la seguridad de la sociedad siria, ni siquiera con la normalización de las relaciones con Israel –plantear esa cuestión en la negociación fue un regalo de los dirigentes sirios, porque piensan que es uno de los deseos de Occidente–. Ninguna condición occidental para el levantamiento de las sanciones está vinculada con la igualdad. Así que nuestro deber como pueblo es apropiarnos de ella, no esperemos a que Occidente nos la imponga. Es el deber de los sirios, por su propio bienestar, y no por el de Occidente.

Revisar la historia de los judíos árabes

S.G.— Para terminar, ¿no cree que los movimientos árabes de solidaridad con Palestina, en el mundo árabe y en Occidente, se equivocan de estrategia al permanecer con un marco de referencia árabe e islámico en lugar de internacionalizar la cuestión y aliarse con los judíos antisionistas? ¿El mundo árabe no debería también reapropiarse de la historia de los judíos del mundo árabe como una historia árabe, en lugar de dejarla en manos de Israel, que la instrumentaliza?

A.B.— Me llevaría mucho tiempo responder esa pregunta. Pero no hay ninguna duda de que el discurso del movimiento nacional frente a la ocupación y la injusticia actual debe ser un discurso de justicia y de derechos universales. A nivel regional nos sumergen sucesivamente un conjunto de olas –usted ha visto cómo se islamizó el discurso palestino, tras una ola de islamización que afectó al conjunto del mundo árabe, tras el abandono de la lucha armada de la OLP–. La historia se invirtió: en la década de 1960, los que rechazaban la lucha armada eran los Hermanos Musulmanes, y en cambio la adoptó el movimiento nacional laico. En cualquier caso, pienso que, aunque Hamás se incline por las armas, debe dirigirse al mundo con el discurso que el mundo entiende: un discurso de justicia y de igualdad. Al hacerlo, no abandona su causa y no le da la espalda a lo que es. Porque al fin de cuentas, la causa palestina es una causa justa, y lo que hay que hacer es traducirla en un discurso universal de justicia y de igualdad.

No somos el primer pueblo que sufre la ocupación, y no la sufrimos porque somos musulmanes, sino porque vivimos en nuestra tierra. Desde luego, el discurso de liberación nacional es aceptado universalmente. Pero como usted sabe, todos los movimientos nacionales a lo largo de la historia utilizaron diversos modos de movilización, incluida la religión.

En cuanto a la forma de dirigirse a los judíos fuera de Israel, no cabe duda de que es importante. Debemos ayudar a una gran parte de los judíos del mundo a distanciarse de Israel y del sionismo. Al contrario, no debemos aceptar que sean asociados con Israel y apuntados como responsables de sus acciones. Por supuesto, los judíos antisionistas son esenciales y ahora cumplen un papel fundamental en el movimiento de solidaridad con Gaza.

En relación con los judíos árabes, cabe recordar que los regímenes árabes no emprendieron un verdadero combate contra el sionismo. Al contrario, con las guerras de 1948 y de 1967, se creó una connivencia para facilitar la migración de los judíos árabes a Palestina. El trato que les ofrecieron los regímenes no fue democrático, pero los regímenes no eran más democráticos en otros asuntos. No fueron injustos únicamente con los judíos. Cualquier análisis de la historia de los judíos árabes y orientales en la región debe evitar la idealización así como la demonización del comportamiento árabe hacia los judíos.

Los judíos vivían en el mundo árabe como minoría religiosa. Lo que predominaba no era el islam político, sino la cultura tradicional. Así que negociaban sus condiciones de vida en función de las crisis y de las fases, como todas las minorías religiosas a lo largo de la historia. Sin embargo, la particularidad de la situación de los judíos del mundo árabe en relación con la de Europa es la ausencia de un racismo árabe o musulmán contra los judíos –es decir, la ausencia de antisemitismo–. Entre los árabes no había discriminación racial ni teorías raciales, y jamás pensaron en deshacerse de los judíos. Es cierto que había discriminación contra todas las minorías, pero históricamente, las discriminaciones más importantes apuntaron contra las minorías musulmanas –es decir, contra las sectas islámicas que se desviaban de lo que era considerado como la norma–, y no contra los judíos o los cristianos. Eran sociedades tradicionales. No hay nada vergonzoso en hacer un análisis crítico. Estoy en contra de la idea de presentar las cosas como si nuestras sociedades hayan sido un paraíso para los judíos, o de hablar de tolerancia y de Andalucía, etc. Son creencias erróneas. Pero la idea de que el mundo árabe fue un infierno para los judíos es una calumnia, y la mayoría de los historiadores judíos coinciden al respecto. Desde un punto de vista histórico, el mundo árabe sale ganador si lo comparamos con la Europa medieval y moderna.